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Besos de Nunca y Nadie

[Acto I]

Es la sombra de sus labios
 la que se desvanece
  cuando se aleja del sol
como un corazón helado de nieve
  deseando ser beso
   desierto de tormenta.

Es la misma distancia
 que separa el calor del frío,
  donde sólo quedas tú:
   desértico,
  y ella: Antártica.

Labios de una lengua
 que los va desconociendo,
lejanos se queman
 y se agrietan de cercanía;
hoy de vértigo
 precipicio azul.
Y ya no son
 sino dos eclipses
que una vez (se) desearon.

¿Qué más me exiges, amor?
Si ya estamos a trece meses
 de letras de distancia,
si ya subasté el movimiento
y el significado de la luna
de todas mis cartas 
de amor, amor.

Hoy, tus besos también 
están en subasta:
 míralos, allá,
siendo públicos,
 todos viéndolos, 
leyéndolos,
 aquellos nuestros nunca labios 
 explorando su dinamismo 
en versos de nadie.
¿Qué más me exiges, amor,
 si me arrebataste la cobardía
 que me arruinó,
 mutándome en lo que hoy soy?

Lejano, nuestro desenlace
 escribiéndose en no eternidades,
 de besos que quieren robarnos,
 que ya saben
—ellos lo saben—
 que no serán.
Y se confiesan.
Y son estrellados
 contra los distintos tuyos;
y son destruidos,
hoy de ti y de mi.
Yo sabiéndolo,
sé que ya lo sé:
que Nunca tú serás.

[Y aquí continuará ella:
en el corazón
y centro del poema
—supuesta ella o su subasta]

Dices amor
como si pudiera decirse, 
y lo escribes, tú,
lo escribes,
tú y tu crueldad:
ambas precipitando una flor 
sobre el infinito.
deletreando su inmortalidad 
durante su caída, eterna,
pero no su vida, 
en la que tú tampoco estás.

Dices palabras, 
y yo allí muero como ellas,
como tus rosas,
como las flores,
y aquí dejo de latir, 
y tú lo ignoras
y no lo escribes;
y te mientes.
Me vas, y te voy,
 y lo sabes 
porque tú también mueres:
tu ayer, 
hoy centro del poema.

Por eso siempre regresas
y por eso siempre me lanzas 
con crueldad
contra ti.
Y vuelves a escribirme,
a mí,
centro del poema: 
nunca alma gemela, 
alma que nadie también 
dice no tener;
yo y tú.

¿Qué le implorarás
  a las hijas del azar y la negación,
  Aporía y Contingencia,
  si sobre su firmamento habito yo—
  velo de un cielo
  que no te ve?

¿Acaso inmortalizarlas
  con promesas
  que te harán creer
  que rozas un mañana,
  destino que no sabes
    alcanzar?

Mírate:
 inerme, desnudo,
 hambriento y sucio.
 Mírate bien:
 ¿cuál es tu nombre,
 si hasta tu lengua has olvidado,
  mortal?

¿Cómo le dirás a Ella
  que nunca fue Ella,
  si sólo traes
  mariposas traidoras?

   [centro del poema]

Alas de tiempo,
sobrevuelas sobre invierno,
deteniendo ráfagas
de pretéritas épocas;
lluvia es tu ofrenda
al corazón de mi tormenta:
niégame, tú,
niégame una segunda vez,
y me harás leyenda
de lo imposible
—Romance Negado—
tsunami es mi realidad.
Niégame, tú,
si ya estás
siendo devorado.

¿Sientes el latido?
Te niego de palabras,
de raíces, suyas,
que se hunden y rebrotan
queriendo ser aire,
si ya nada queda en ellas;
y si quieren pretenderme
también nos negaré:
a nosotros,        
Jueces del Tiempo, reinado
donde nos suspendemos.

Sobre ambos
diluviará también aire
muriendo de lluvia;
Tierra de un último verso
de ti cayendo,
escondiendo tus lágrimas,
heladas,
cielo de palabras invocadas
que suben desde aquel tsunami
y conocen bien su hoy,
tiempo sobre el que ebullen 
y son geometría del poema
hasta alcanzarte.
Y lo presiento mientras latimos:
 o rehago tu cielo,
o nos negamos;
Aporia.
Tiene la fuerza 
    de los infinitos infiernos,
pero su cielo
 es corazón en espiral
y arden 
  sus
   infinitos
    Infiernos
   dentro de ella.
Hoy y Ayer son 
    Tiempo o Testigo
que ya la observan:
    Contingencia;
Ella es calor aporía
  y cada carmín 
    no es sino despedida
     de violeta distancia.
Ella es aporizar 
    besos con no-tiempo
          y tormentas.

[centro del poema]

Dime, 
si recitaste instantes 
debajo de un tiempo
que está sobre ti,
qué inalcanzable será
la brújula que crees versar,
¡qué no sabrás!
y aún creerás 
que permanecerá, 
tú (y Su) Nunca
amor aporético:
¿amor?
 
La tormenta me aguarda
siempre, delante,
en cada sentido posible.
Tiempos de corazón 
de quien su sombra no rehuye.
Si son mis reflejos
los que detrás dejase,
estelas de un espejo
que atravesare sin besarlos:
los tuyos, sin rozarlos.
Hoy rocío sobre mis ojos,
mas detrás de la historia
queda un ayer,
espejismo de un mañana:
horizonte que nunca cruzaré.
El osado 
iza la bandera,
y es timón
cuando quiebra sus brazos;
se conoce mortal,
nunca más allá
de tus tinieblas.
Mas cruza su futuro
el que no lo advierte,
y si lo sobrevive,
sus nieblas versarían:
la aporía de tus labios 
con navíos abordados.
Cúspide de un ciclón
late el corazón pirata:
ojo del huracán
oye su eco retumbando,
sobre un viento sin centro,
en todo destino posible,
detrás, siempre
la tormenta quedará.

[El poema ahora 
se recita al revés]

La tormenta quedará
detrás, siempre,
en todo destino posible,
sobre un viento sin centro
oye su eco retumbando,
ojo del huracán
late el corazón pirata:
cúspide de un ciclón
con navíos abordados.
La aporía de tus labios
sus nieblas versarían:
y si lo sobrevive,
el que no lo advierte,
mas cruza su futuro
de tus tinieblas.
Nunca más allá
se conoce mortal,
cuando quiebra sus brazos;
y es timón:
iza la bandera,
el osado.
Horizonte que nunca cruzaré
espejismo de un mañana:
queda un ayer,
mas detrás de la historia
hoy rocío sobre mis ojos,
los tuyos, sin rozarlos.
que atravesare sin besarlos:
estelas de un espejo
los que detrás dejase,
si son mis reflejos
de quien su sombra no rehuye.
Tiempos de corazón
en cada sentido posible.
siempre, delante,
la tormenta me aguarda.

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