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Noche

Puede que fuesen las tres de la mañana. Aquel día no llevaba reloj y había olvidado por completo que el móvil también da la hora. Sé que para ella era tarde porque siempre acostumbrada a desaparecer la primera sin dejar pistas de cuál seguiría su siguiente destino. Esa noche, noche de jueves y de mucho frío de Febrero, permaneció hasta el final siendo la última de sus amigos en irse. 

Edit 2025. Música generada con AI

A veces dibujaba circulos imaginarios en el cielo del vaso. Otras veces bebía y otras zarandeaba la cabeza al ritmo de la música. No sé si estaba distraída, pensativa o solo imaginando... lo sé, todo esto es un grotesco quizá: un quizá está distraída en las estrellas del vaso; quizá perdida en algún lugar de América; o quizá tan sólo existiendo. Quizá, sí, pero mi apuesta era que estaría sumergida en lo caótico que era el humo que voleteaba sobre aquel cenicero adornado con calaveras, en la belleza del caos; y que cuando regresase de allí volvería a sonreir como hace cuando vuelve a la realidad.

Muerte, calaveras, humo, estrellas y el vaso: medio lleno o medio vacío. Creo que medio vacío.

Quizá. No sé.

Y sus tatuajes. La simbología debía ser importante para ella. Un retrato de aquello que la ha marcado, tanto en vida como en tinta, publicitado a la vista de todos pero posiblemente para no ser interpretado.

Se levantaba, volvía a pedir algo en la barra y regresaba. Lucía un vestido blanco plagado de rosas con espinas, de cuello redondo y sobre el que sobresalía con sutileza la tiranta negra de su sujetador. Era una combinación extraña, me refiero a la de sus tatuajes y el vestido. Creía tener mi respuesta, y es que el vestido fue antes que los tatuajes y ella era el híbrido de una transformación que no terminaba de ocurrir. 

Sus uñas, siempre pintadas de negro con cierto descuido, a juego con sus botas militares. Sus pecas, ocultas en la noche pero resplandecientes durante el día. Y ella con prisas: por regresar a la mesa, a su mente o por irse ya de allí.

Ahora dibujaba algo en una servilleta. Coloreaba ese algo en negro. A veces veía sus oscuros ojos marrones, sus labios y su dulce sonrisa; y de un instante a otro se le ensombrecia la cara y podía ver en ella algo siniestro. En el pub sonaba All Of The Stars, de Ed Sheeran. Puede que odiase aquella letra tanto como yo.

Terminó la canción y ella ya no estaba allí. Siempre sin avisar. 

Me levanté, me despedí del camarero y me deseé otra noche más así, con ella allí y yo aquí. Me dirigí a su mesa y había dejado un dibujo. Era un barco con banderas piratas luchando contra viento y tormenta. En el cenicero dejó varios cigarrillos con el carmín de sus labios, color vino, y una rosa negra que combinaba con sus botas, con sus uñas y, por supuesto, con ella. 


—Ella—

Hay una época del año en que los rosales de su jardín mueren. Era su regla universal. Hasta Febrero siempre engrosaba el mea culpa, porque en invierno solía descuidar los detalles, que «el frío se sobrelleva mejor con té» y dejaba el café hasta Mayo. Invierno era sumergirse en libros de Antigua Grecia para observar esculturas, inscripciones y poemas de un lenguaje que no entendía.

Tenía entre sus manos un viejo libro que salvó de la estantería de su bisabuelo. Era de 1912 y sus páginas de ciento diez años apenas se sostenían de su lomo. En la cubierta se podía leer algo como 'Greek Bucolic Poets', poesía griega sobre campos, cabras, un poco de mitología y algo de amor. Era horrible aunque pensaba que «la poesía bucólica algún día tendría un hueco entre los estantes de poesía mitólogica y de poesía romántica», lejos, polvorienta, incomprendida y abandonada. 

El lenguaje con símbolos «letras normales para quien sabía leerlas» le fascinaba y ahora estaba escribiendo versos desordenados y sin sentido:

Se va y sus versos se retuercen. 

(no, todavía no, espera) 

Oye pájaros cantar. 

(recuerda que le duele)

Sus palabras 

(que ya se desprenden del papel)

que ella no sabe perdonar.

(todavía no) 

Y ahora recoge trozos

(que siembra otra vez)

 de rosas negras que mueren 

(durante noches oscuras 

de invierno).

Estaba al aire libre con sus gatos; ellos cazando mariposas y ella recordando aquellos documentales donde un león se acercaba con su silenciosa danza hasta cazar a su pobre presa y devorarla. Era cruel sonreir cada vez que sus gatos fracasasen en el punto crítico de su frágil misión. Pero ella era así, de humor cínico y que tantos problemas le generaba; apta para celiacos del amor o intolerantes al romanticismo, «que no hace falta que me entiendas porque ni yo misma lo hago, que no todo me va tan bien», decía.

Y volvía a desaparecer(del mundo).

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