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Balas artísticas

Ella era una chica normal que abría y cerraba todos los días una pequeña librería de barrio. A veces vendía algún libro, otras andaba sumergida en alguna obra y otras escribía para publicar sus relatos en una pequeña revista literaria dónde otros escritores encontraban su nicho o una vía de escape para sus taras mentales. Nada raro que no haga una chica normal, salvo que mentí desde el principio para que el oxímoron que esconde este párrafo no me delate.

Y aquí comienza la historia.

Disclaimer: la primera persona es un mero accidente (artístico), como todo lo demás

Un día cualquiera del año, a libre elección del lector, ella estaba catalogando una caja de libros y él estaba siendo un cliente cualquiera. Hasta aquí todo 'normal'. Ella se dirigió hacia la estantería de arte, sosteniendo varios libros y él aprovechó para hacer algo que, más tarde, denominaría como 'el impacto de lo impredecible': sacó de su bolsillo un folio arrugado, que era un relato propio que complementaba al último publicado por ella en aquella revista y que se titulaba "Se prohíbe ser feliz" ; y lo abrazó entre las páginas del libro que ella, a ratos, leía. Acto seguido desapareció de la librería sin dejar indicios de que alguna vez estuvo allí. 

Fin. O no.

Nunca terminas de conocer la motivación oculta de un escritor hasta que es demasiado tarde y las balas te alcanzan. Mi motivación (evitando sonar pretencioso) era la de retroalimentar arte (su arte); lo que también llamo arte entrelazado, como lo es la cuántica y su entrelazamiento, o si me apuras y sin complejidades, la idea era la de continuar la inercia de un relato para que acabase siendo epílogo del siguiente, como así fue. El siguiente mes, ella me respondió veladamente con otro escrito titulado "Nadie te preguntó tu opinión", desgranando una historia en la que insinuaba que ser feliz no es más que un constructo social y que las drogas también existían para los que creemos que no estar en ese estado anímico es un handicap para realizarse en la vida. Pero yo no era así, y ella me había malinterpretado. Qué demonios.

Creo que fue por el ego herido que me vi obligado a expresar una queja. Sabía que no podía repetir la jugada anterior, la que provocó todo esto, la de mi entrometi/atrevi/miento de dejarle mi relato como marcapáginas del libro que leía. Dicho esto, decidí escribir un e-mail a la revistilla para que me publicasen mi queja-relato, escogiendo un par de párrafos de mi anterior escrito para que ella, al leerlo, supiera que yo, sí, yo, aquel atrevido ente anónimo, también era ese nuevo escritor que empezó a publicar allá, casualmente ahora. Lo bueno de los relatos es que si nadie ve la conexión entre los personajes, nadie imagina que están entrelazados, que un relato podría ser la respuesta al relato del mes anterior o a lo que uno decidiera disparar con el arma cargada; y en esta disputa literaria camuflada, al faltarles el origen, nadie se percataría que nuestros cuentos se complementaban. Faltaba la pieza clave y los dos estabamos salvados. Nuestra historia era un "inspírate en mí, (que) yo en ti, (y) tiremos el secreto al fondo del mar para que nadie salga herido", porque lo prohibido tiene siempre ese letal efecto y lo nuestro era más como esta canción de Halsey:

"We're not lovers, we're just strangers
With the same damn hunger
To be touched, to be loved, to feel anything at all"

Pasaron los meses y los 15 centímetros de altura que nos separaban, cuando tú mirabas hacia arriba y yo hacia abajo, se habían convertido en un tú de puntillas y un beso apunto de ocurrir; en un críptico desenlace inminente; en un semáforo en rojo que los dos habíamos decidido saltarnos, con cruel alevosía, cuando ningún peatón mirase. Y por entonces nos daba igual que la DGT nos mandase, un mes después, la fotografía del crimen para cobrarnos el precio de la temeridad, o para recordarnos aquel instante en el  que fuimos y decidimos sobrepasar lo legal; sólo que esta vez los dos nos estrellamos y fuimos las víctimas.

Llegó Abril y ella publicó un poema en el que, entre cada par de versos, enfrentaba a la vez dos emociones antagónicas, que eran como describir el aroma a tierra mojada y luego decir que la lluvia fue ácida, o como si en Chernobyl el petricor fuera, además de petricor, radiactivo; o como si un amor surgido en una central nuclear necesitase de un sarcófago para contener durante 100 años el núcleo de la pasión, cuando la valija se derritiese y hubiese que imponer una zona de exclusión de 50km para una ciudad entera por culpa de dos amantes. 

Cuando un poema te representa, lo tarareas a cualquier hora del día; y aquella forma de ser que encerraba, la de expresar algo bonito y acompañarlo con una de cal, era muy como yo. El poema perfecto te absorbe tanto, tanto, que lo repites sin darte cuenta; te vuelves esclavo de sus versos y habita en ti el resto de tu vida. Porque eres tú en verso. Por eso hay poemas que merecen pertenecer a una canción, porque los poemas son peligrosos y las canciones son la munición perfecta para lanzarle indirectas al crush. Y su poema fue un tsunami que me tuvo dos semanas en shock y del que necesité dos semanas más para terminar de escribir un poema-respuesta siendo muy, muy consciente de que hay que ser muy poeta, con mucha calle y muchos versos a la espalda, para recomponerse y mantener el nivel de unas estrofas insuperables.

Trágicamente, y antes de que terminase de escribir el último verso de mí respuesta, alguien publicó el poema de ella en una revista de prestigio. Inmediatamente una editorial la abordó y le propuso escribir una novela basada en la electricidad que transmitían sus relatos anteriores. Ella dejó de escribir en la pequeña revista y se reservó todos sus futuros relatos para, un año más tarde, presentar su novela. ¿Dónde irían todas aquellas historias que dejó de publicar? Me pregunté durante meses. Pues a un romance de esos en que los personajes evitan caer enamorados porque están en negación compartida, como dos ateos de lo ídilico que ignoran que, habiendo ya caído en una espiral inevitable, se encontrarían tarde o temprado en el centro de la espiral negociando mutuamente las excusas que justificasen el haberse acostado ya varias veces y no tener aún palabra que definiese su relación. La novela era un chaleco antíbalas romántico. Como nosotros.

Nunca terminas de conocer a nadie hasta que llega el momento, solo que el momento es un instante que primero está y luego será pasado, que también se puede amar pausadamente para perder el control sin prisas, o hacerlo intensamente para acabar en destrucción mutua asegurada. No lo sé. Tuve que esperarme a las páginas finales (de su novela) para entenderlo.

Y esta fue la historia de como me jodió mi libro favorito: el nuestro; que pasó de ser algo literario a quedar novelizado en un bestseller de esos que te encuentras apilado en forma de piramide al entrar en toda librería, pequeña, grande o mediana, y que qué más daba ya, si los crucificados fuimos nosotros y nuestra historia de amor ahora es puro mainstream que los adolescentes imitan para cortejarse. 

Porque así es la vida, bam, bam, supongo, como las balas artísticas, qué son difíciles de interpretar. 



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