"Si se quedan quietos se van a quedar atrás"
Y es que ya no queda nadie alrededor. Los años pasan y lo que empezó siendo un hobbie termina siendo un serio problema, muy tuyo y muy personal. La curiosidad es innata, aunque sufra un retroceso durante en el colegio en el que la enfocas más en la destrucción de su infraestructura que de aprender del aburrimiento que desprende el profesor. Por suerte, sí que se puede corregir el rumbo y reorientarla; sobre todo si vas a la Universidad dónde la mente te explotará en mil fragmentos que permanecerán contigo para siempre. Allí no lees sobre física ni sobre cuántica, no, allí resuelves ecuaciones de Schrödinger solo por aprobar exámenes. En unos años todo te sonará y le habrás perdido el respeto a textos que en otra época serían un serio dolor de cabeza.
Una vez que aprendes sobre algo, el siguiente ladrillo va encima del anterior, así hasta contruyes un muro que al único que acabará encerrando dentro es a ti mismo. Porque la curiosidad es un espectro, y a su derecha se vuelve insano, siniestro y un tanto solitario. Tu humor cínico ya ni se entiende, que pa qué y cómo no, si tu solo ya te ríes del chiste con una sonrisa gamberra que con frecuencia deriva en un "¿me estás vacilando?"... Ay, dios.
Sí que existe mucha gente curiosa, cada una construyendo su particular muro y con los siempre es estimulante y divertido pasar el rato. Pero los muros no se construyen solos y, al final del día, el pintor se va a sus cuadros, el escritor a su novela, el músico a ensayar y el científico a perseguir citas. Todos ellos con sus característicos periodos de desaparición, —Hasta otra—dicen, y puede que en unos años nos volvamos a cruzar. O no.
Y poco más. Que estoy por quitarme de esto (de perseguir curiosidades); que cien páginas de ficción se me hacen mucho más arduas que cien de no ficción; que mi tara es evidente y que volveré a recaer, también; que he dejado el café y que la semana que viene dejo de fumar. Ah, y que nada más que añadir, su Señoría. Hasta otra.