«Representar la afirmación de una verdad y que lo que quedase fuera fuese su negación», miró las acuarelas y huyó de las acrílicas. «Sería como usar brocha gorda y tirar el lienzo a la basura para que el arte quedase impregnado en suspenso, como si una obra eligiese no ser», se sacudió las lágrimas y sumergió los pinceles en agua. «¡Ay! No es casualidad si la asociación es seguida por reacción...» y en efecto, como los pinceles en remojo, ella necesitaba dejar reposar esas ideas. Porque la causa es así. Fue entonces cuando tomó la decisión de viajar a Noruega e ir más allá de los fiordos para constatar que hay lugares en el mundo que no parecen reales, «Lo no real y la negación de sí misma: lo real», allí es dónde viajaría, infinitamente lejos, donde los colores del cielo se mezclan con «...lo inalcanzable, lo sin fin e interminable...¡Buah!». E hizo las maletas hacia las auroras boreales.
Dos semanas más tarde se encontraba en Tromsø. Allí, cómo con su 'ø' atravesada en su propio nombre y bajo la cálida luz del día, buscaba diariamente cama en la que poder pernoctar. Lo que sobreviniese entre medias era una aventura destinada a encontrarse a solas con ella: la aurora; impredecible y que, con suerte, acabaría emergiendo para darle sentido a todo lo que la llevó a estar tan perdida. Tampoco sabía si ese «estar perdida» se refería a Noruega, a la aurora o a su lienzo anterior.
«Si miras al cielo, los eventos raros suceden todo el tiempo». Asi era lo (casi) infinito; como en el Universo, que lo que podía ocurrir una única vez, ocurría infinitas veces en el mismo segundo. En el mismo unísono. Sólo hay que estar mirando para observarlo y no debía de sentirse culpable por forzar la teoria de la probabilidad, la relatividad y el inabarcable infinito para estrellarlos juntos y crear su siguiente lienzo: nunca y siempre, pero infinitas veces ahora.
Cuando decidió viajar, estaba angustiaba por el vacío existencial que la desplazó hasta estos horizontes platónicos, con sus cielos rellenos de esa luz perfecta(ISO) en el que la fotografía no tenía necesidad de filtros pretenciosos. Y es que pocos saben que una cámara reflex también tiene sus días idílicos, donde cada foto, perfecta en sí misma, lo era gracias a la característica luz natural del entorno. Entonces volvía a ensimismarse, sumergiéndose infinitas veces entre sus pensamientos, entrelazándolos y tejiéndolos para mirar en el interior de su vacío hasta perderse de nuevo. Porque además, era conocido que en el vacío existente entre estrellas y planetas, también había energía, por eso de «no violar algun principio inquebrantable y permitir a ciertas ecuaciones sobrevivir un día más». Como si nada. «Muy bien», esto era algo que había divagado poco antes de remojar los pinceles, haría ya como tres semanas. «Qué tontería»...
...«La nada no existe. No hay nada relleno de nada, ni nada sin más, ni algo relleno de nada. Daba igual. Estamos jodidos incluso si viajamos dentro del éter del universo, que será nuestro hogar cuando toda la humanidad sea arrasada en polvo por un quásar, por la inevitable fusión de galaxias o porque sí, porque el destino también tiene sus caprichos». No volvería a caer en esa trampa imaginaria, ya que «el 99% del universo es invisible a nosotros». Y sí, siempre: el 99% restante es esencial para entender el misero 1%. Le sería imprescindible repensar lo desconocido, su nada, como algo invisible pero real. No eran ideas sacadas de El Principito, que por cierto, nunca más, por favor. «Materia oscura la llaman los astrofísicos». Ella sería matería oscura.
Así fue como sus emociones implosionaron en polvo de estrellas, diluyéndose en nunca y siempre...
...infinitas veces. Nunca más regresó a España y se quedó a vivir en Noruega para siempre, dónde transformó aquella serendipia en su pintura más disruptiva y reveladora.