Preparo el último café del día y me siento para escribir este post antes de dar por inaugurado el fin de semana. Habiendo avanzado ya lo suficiente con el curso para el siguiente proyecto, y durante su tedioso trayecto, mi mente se permitió viajar a otros lugares para combatir el hastío. Así que aquí estoy para escupir este post y liberarme del todo.
Los escritores, o los amantes de la escritura si se omite como profesión, tienen un librillo de reglas no escritas; y es mediante la experiencia cuando emerge la necesidad de su existencia. Creo que una las vivencias más fascinantes que se pueden experimentar es que alguien escriba sobre ti, que hurgue en tus detalles más misteriosos, te realice un proceso de introspección, y los plasme en un texto. Pero no es gratis: ser lector y verse reflejado en un texto trae una problemática de lo más multifactorial. Da igual si una amiga o una novia te lee, da igual que sepa que escribes en abstracto, que si una frase le recuerda a ella, el resto del escrito les pertenecerá mediante autoasignación. Y es innegable que nos inspiramos en lo que vivimos... hasta cierto punto. De ahí la primera regla:
1. Nunca te inspires en nadie de tu entorno.
Por eso buscas inspiración, de alguna forma, lo más lejana posible, pero tampoco es suficiente: es irresistible que nadie sienta curiosidad por una historia que habla sobre ti para que los famosos grados de separación entre dos personas colapsen rápidamente, surgiendo una serie de problemas de otra índole. De ahí la segunda regla:
2. Las musas deben ser intangibles casi a nivel de deidad.
A mi me gusta combinar cualidades de distintas personas e insuflarlas en algún personaje. Es como tener un harén de musas y optar por la monogamía literaria. Y aún así las puñaladas vuelan. Pero a mí me funcionaba(hasta hoy) y siempre conseguía sobrevivir un día más en el trepidante mundo del storytelling.
Durante el tedio del curso que estoy realizando, he estado pensando que las dos reglas anteriores no protegen al escritor, que puede acabar sintiendo una extraña fascinación según desarrolla un personaje. Se puede entender como una simulación que, según el mundillo del diseño de juegos o análisis de riesgos, viene a ser imaginar situaciones para estudiar sus consecuencias y/o ramificaciones. Leyendo el libro "Imaginable" de Jane McGonigal, ella misma relata que, no queriendo tener hijos, se planteó un juego/simulación de como sería su vida con un hijo imaginario, para después descubrir que sí quería tenerlos. Y así fue como comenzó a procrear. Vale, no tiene nada que ver, pero es por contextualizar el concepto de simulación...
Pues eso, puedes sentir fascinación por alguien, no es malo, pero no puedes pretender ser Aquiles y acabar como un Houthi intentando derribar buques de guerra con drones. Y lo dejo caer así, a modo abstracto, sin más explicaciones, pero de ahí la nueva regla:
3. (Escritor:) No compitas por derribar/ganar a una musa, déjala ser su propia expresión, o acabarás herido.
Feliz fin de semana.