La pausa, seguida de un alarde de convicción. Su vestido, fluyendo libre como un torbellino. Dais un paso hacia atrás y los entrelazáis en el siguiente. La repeles; y ella regresa. Los pasos divergen; y convergen después. Se acerca de espaldas y deja reposar su mano sobre tu cuello. Otro paso en forma de pausa. Alza su pierna hasta el cielo y sostienes la otra para elevarla, a ella, con todo su cuerpo. Ahora flota; la haces girar en las nubes hasta regresarla al suelo. Da varios pasos y te busca, te repele y se deja caer del revés. Confía en tu respuesta, y en tu contrareacción. La impulsas. Se va. Pero vuelve. Y os sujetáis de la mano para retomar el baile; ya en conjunto, sin pausas.
El tango es una mezcla con sabor magnético de música, ritmo, sincronización, osadía y sensibilidad. Y seguro que de más ingredientes. Siempre he querido aprenderlo. Es muy divertido. Mientras tanto, creo que la complicidad es como el tango, que se puede ir tan lejos como se quiera porque la química hace de música; los amantes, de sensibilidad; y el humor y la inteligencia, de sincronización. Tampoco hay recetas: puedes combinar sus ingredientes, crear nuevos, cambiar de vestido o bailarlo con música triste o alegre.
Y somos de quién nos espera, no de quién nos mantiene en ella. Porque el tango es de dos, ¿no?
P.S. Incluso cuando se baila con Britney Spears