Minerva...
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Minerva estaba en su propia oficina ultimando un reporte de riesgos para una gran multinacional. Su escritorio lucía en pulcro orden, un rasgo que delataba su personalidad perfeccionista, lo que, posiblemente, amén de su ambición, auspició su carrera profesional y a tejer una red de contactos en cada agencia gubernamental del país. Detrás del escritorio colgaba un cuadro con uno de los primeros mapas científicos de la historia, de 1527, dónde se reflejaba una América todavía inexplorada y apenas cartografiada. En 1492 Cristobal Colón descubrió América y, por entonces, no estaba claro que la Tierra fuera esférica. No fue hasta 1519 que salió una expedición de cinco naves, comandada por Fernando Magallanes, desde Sevilla, rumbo hacia lo desconocido; regresando 1123 días después para echar, finalmente, el ancla cerca del muelle de Sevilla y completar, así, la primera circunnavegación conocida por la humanidad. El mapa era Historia de la Geografía.
Inmersa y concentrada en cientos de documentos, sonó el teléfono de su despacho, justo cuando menos quería ser interrumpida. Era un analista de finanzas que solía contactar con ella para que le desgranase algún asunto que escapaba de su expertise, algo normal con economistas y financieros, iletrados por regla.
—Siento molestarte a estas horas. Menudo caos hay aquí, Minerva. Una duda... sobre la corporación Japonesa de acero que quiere adquirir la histórica manufacturera de Estados Unidos, ¿qué opinas? ¿cuál es la causa de tanto revuelo? y, ¿por qué se considera un tema de seguridad nacional?
—Hola, Josh. Muy largo de explicar, pero sintetizado: es por política doméstica, por el futuro de los suministros y está directamente relacionado con asuntos sindicales y la incertidumbre laboral. Súmale el control extranjero de una pieza clave en la manufacturación de otros sectores nacionales, como puede ser la fabricación de coches. Aunque hay varias dinámicas más a considerar, Josh.
Tras diez minutos al habla, Minerva colgó el teléfono y retomó el reporte, acelerando para terminarlo antes del almuerzo. Por la tarde tenía cita con el pintor y necesitaba inhibirse de otras tareas, además de hacerlo por curiosidad que sentía por el universo del artista. Ella estaba acostumbrada a un mundo de hombres enchaquetados, de poder, muy serios y terriblemente aburridos. Y para que negarlo, tratar con alguien del sector creativo era un soplo de aire fresco.
A las seis de la tarde, puntual como su perfeccionismo, subió las escaleras hacía el estudio dónde continuarían con el extraño proceso de profiling realizado por un artista peculiar, o eso creía, ya que tampoco conocía a muchos más. Su pintor la recibió como si tuviera privilegios de princesa, y eso le provocaba una mezcla de curiosidad y adulación. Ya en el interior del estudio, él, impaciente, no se esperó para reanudar una conversación que consideraba en pausa.
—He estado leyendo sobre juegos de guerra y algo de geopolítica. Es fascinante…—dejó la frase en suspenso esperando la respuesta de Minerva, pero ésta tardó en llegar.
—¿Y cómo crees que eso te va a ayudar con mi lienzo?—Minerva contestó tras liberarse del sombrero y del pañuelo de cuello.
—Me gusta creer que dibujo una historia, no una mujer sin más.
Se dirigieron al centro del estudio, iluminado por la cálida luz de la tarde, y se sentaron en los sillones puf, color caqui, con los cafés ya preparados para la ocasión. Con él, Minerva había optado por la estrategia de dejarle guiar la conversación aunque, en cualquier instante, empezaría a ser ella la guionista seduciendo la conversación hacia sus propios intereses. El pintor, como no, continuó hablando.
—Tengo aquí apuntada una frase “whoever rules East Europe commands the Heartland…”
—“...whoever rules the Heartland commands the World-Island; whoever rules the World-Island commands the World”, de Halford Mackinder—completó los versos ella.
—¡Sí!, ¿es cierto que quién gobierne Heartland comanda el mundo?
—No. Además, no es eso lo que dice Mackinder. No es más que una teoría que introdujo hace más de un siglo. El mundo es más complejo que tres líneas un tanto poéticas, ¿no crees?
«Primera puñala de la conversación», el pintor se sintió agraviado.
«Capaz de haber buscado Heartland en Google Maps», pensó ella.
—Bien, bueno, sí…—dijo él.
—Mmmm, no te sientas mal, es un error bastante común caer en inceptions en este campo.
—¿La película, dices?
—No. Los teóricos de la geopolítica construyen su mundo y su discurso influenciados por ellos mismos y por su contexto político-geográfico contemporáneo. De ahí el inception, pero sí, como la película, supongo.
—Eso sí que es poético, ¿eh?
—Sí…—dijo Minerva, levantándose y dirigiéndose hacia una mesa del estudio que rebosaba de papeles y bocetos—¿Puedo?
Y otra vez, sin esperar el permiso, como ya acostumbraba a nuestro pintor, empezó a pasar los dibujos uno tras otro.
—También estuve leyendo sobre el uso de wargames en tu industria—dijo él en un intento infructuoso y pretencioso por sonar interesante.
Minerva parecía no estar escuchándole, estaba reordenando el caos de la mesa mientras iba seleccionando algunos bocetos en un montón aparte.
—Me acordé de la conversación instructiva que tuvimos en el pub, sobre pensar en términos estratégicos y aplicarlos con vistas a predecir el futuro, o de conseguir la victoria. Desde entonces todo lo planteo en términos de juegos de guerra—continuó él.
Ella seguía inmersa en los bocetos que, a él, seguramente, no le llevaron a ninguna parte. Tras una pausa, Minerva le contestó—No tonto, la vida no es un juego de guerra—y así le sirvió la segunda puñalada del día; dulces heridas. Minerva seleccionó dos dibujos y los dispuso en un caballete convenientemente situado a la izquierda de la mesa. Y se alejó para observarlos.
—¿Y estos dos sin terminar? Cuéntame su historia—le dijo ella, «y así entiendo que hago aquí y cuál es mi propósito», pensó.
Aquí es dónde comienza el conflicto de una obra. Una obra, aún siendo firmada por un autor, es su sujeto, la modelo, la que cobrará vida a través de sus trazos. El lienzo permanecerá congelado el tiempo: puede exponerse; puede sentirse; o quizá acabar abandonado en un cajón cualquiera. En una obra siempre hay dos historias: la plasmada y la real. La real es el conflicto y la sincronía entre autor-modelo; y es rara vez percibida por sus espectadores. La plasmada es sólo la superficie de la real.
—No quieras saber—contestó el pintor incomodado—además, esto va sobre ti, no sobre mí.
Fue entonces cuando Minerva comprendió la problemática y las consecuentes «heridas de guerra» del artista, de la imposibilidad de extraerse del lienzo y ser solamente autor, porque «hay historias que escapan y transcienden a los involucrados; y quién sabe que más dinámicas podrían emerger en el interior de este submundo», pensó ella mientras miraba a su pintor, aunque «era muy sugerente que hubiese sido su elegida».
P.S. Relato susceptible a cambios. Me estoy dando cuenta de que para nada domino este estilo.