Ir al contenido principal

El Orgasmo

“Un posible relato erótico es el de una mujer con pareja, fiel e imposible, pero que extrañamente acaba sin bragas y tumbada en la cama, jugando con sus piernas para esconder su sexo; aunque miento, no lo hace jugando, sino evitando que la situación escale. Pero es una historia imposible y termina ahí.

Lo interesante del relato es cómo ha llegado a una situación, ya de por sí, imposible. El relato continúa con un juego inocente de masaje, besos y mordiscos en sus pies. Con ella sin haber sabido cortar lo que era algo inocente por imposible. 

Finalmente, ella empieza a ceder porque está perdiendo todo el control por mantener sus muslos tan sólo como ella quería mantenerlos: juntos. ¿Voy bien? Con el relato, claro, antes que la flor se abra.”

No sé por qué estoy desposeída de mis bragas—de costuras negras, regalo de cumpleaños—y tampoco sé dónde están, lo que sé es que justo ahora estoy reposando sobre una cama que no es la mía y con sus sábanas enredadas alrededor de mis caderas, evitando que se me vea la infinitud de la entrepierna; ¿tendré el pubis bien depilado?; y, sí, claro me importan los detalles porque siempre he sido perfeccionista, y ésta situación imprevista no va a desnudar mis imperfecciones ni regalar mis atributos carnales en un acto reprobable de deslealtad.

A las cuatro de la tarde, aprox., fue la primera vez que lo vi en persona, aunque ya nos conociéramos y pudiera ser una segunda vez, esta vez explorándonos en la física del mundo real. Yo estaba en el pub donde le cité con mis amigos, y estaba agotada con los pies enrojecidos—mi manía por llevar tacones incluso cuando éstos me están matando—. Poco después, entre el bullicio y la música, él me preguntó si me apetecía salir al exterior y le contesté que no, que me dolía la espalda y que necesitaba una urgente sesión con el fisioterapeuta y con el podólogo. Lo que hice fue cortar el destino de aquella conversación, porque no, no, ¿qué pensarían mis amigos si nos veían salir juntos de allí? Si ya habían visto algo que no tuvo que ocurrir: el primer instante—o el segundo—después de darnos nuestros primeros besos, besos inocentes y cordiales. Todo lo que escribo, hoy, va de primeras y segundas veces, unas en pasado, otras en presente y otras en condicional, porque ya no sé explicar la secuencia.

Por eso él ahora está ahí, sobre la cama, mirando mis uñas, pintadas en azul, y me acaricia las rojeces que quedan por debajo de mis pies. No, aún no ha empezado, se ha detenido para recordarme la conversación previa del pub, y ahora me pregunta—¿o se insinua?— sobre aquel masaje, que sé que es soñado porque siempre lo pospongo. Aquella no tan mentira del fisioterapeuta está ahora entre sus manos; sí, sus manos ya sobre mis pies. Y él me pregunta de nuevo; y no sé que decirle: que no, que sí; que no, que no puedo y menos contigo. Sin embargo, si llevase las bragas como las suelo llevar, puestas, me plantearía decirle que sí, porque es tan auténtico como vertiginoso que necesito ese jodido masaje. Ah sí, él me preguntó y yo me perdí, dejando pasar los segundos sin responder a su sugerencia. «¿Y mis bragas?, ¿y mi sujetador», me cuestiono. Y entre tanto pensar, y entre tanta espera, el decide hundir sus dedos sobre mi pie izquierdo, sujetándolo por debajo de su arco. Pero, ¿dónde vas, querido? Y en ese instante, extiendo la pierna y la lanzo contra su cara, echándola para atrás, a él, a su cara y a todo su ser, negándole acercarse a más de... a más de nada, porque resbalo, se me sube el vestido por encima del culo y reacciono intentando ocultar mi exclusividad, profundamente prohibida, golpeándole con fuerza la cara, y transformando mi prevención en un acto reflejo de guerra. Y ahora él se cae por el lateral de la cama; y me dirijo hacia su precipicio sobre el que me asomo, gateando sobre la superficie del colchón, dejando mi sexo detrás, en el polo opuesto de su mirada. Entonces nos miramos, sin importarme la caída del escote, que dejaba libre todo el espacio en su interior, y si lo mirase, vería hasta mi ombligo, sólo que si lo hiciera, se lo reprocharía; de ahí que mi vagina estuviese atrás, sin perspectiva posible, negada a su vista; porque soy una mujer que mantiene todo bajo control. Le estoy pidiendo perdón, asomada a cuatro patas sobre el borde de la cama, mientras aguanto la risa por el incidente. No le explico el motivo pero continuo hablándole y se pone de cuclillas sobre el suelo. Se queda mirándome, ¿a mí? Eso creo, porque tiene la mirada perdida en su horizonte; ¿le habré provocado una hemorragia cerebral? Le sigo hablando… oye, tú, ¿me estás escuchando? Y persigo su mirada hacia el horizonte y observo que hay un espejo que me ha estado desnudando por completo, de principio a fin: culo, labios—  superiores, inferiores o no sé— y por encima de ellos, al fondo, mis tetas bailando al ritmo de mis disculpas, desvergonzadas y liberadas por la excesiva holgura de mi vestido rojo. ¿El escote? Yo creyendo que estaba delante y estaba detrás, desocultándose a gritos abiertos, de par en par. ¡Ay! Y me sonrojo, estiro el vestido y, de un fugaz giro, me enrollo como puedo entre las sábanas.

Al rato, él se sube a la cama y se mira en aquel maldito espejo. Le señalo su rojez, sólo que éstas están ahora en su cara y no debajo, entre mis pies. Le digo, «¿necesitas un masaje?» Y me río. Me intereso por él y sostengo su cara con delicadeza, cara que desplazo de un lado a otro, observando sus facciones. «un segundo, dos, tres,... diez». No, ¿qué estoy haciendo? Deseando. Y la suelto con un «no es para tanto». Me devuelve la risa, me empuja, y ahora está sobre mis muslos; besándolos. ¿Qué me he perdido si ya está abriendo las puertas del deseo? El de ambos, creo. Por eso le digo que no vamos a follar y me corrige con un «ya lo estamos haciendo», estrellando su gerundio contra mi boca. No, claro que no, porque esto no ha estado pasando, ¿verdad? ¿recuerdas el momento en el que escribí «me perdí»? Lo estaba imaginando y regreso al antes de estar «besándolos», instante en el agarraba su cabeza entre mis muslos, deteniéndolo, a él, de alcanzar mi deseo, que ya estaba empezando a ser irreversible. Pero miento, él estaba ahí, quieto sobre la cama, y yo solo recordando el primer error, tras nuestros primeros besos, besos entre dos desconocidos que todavía eran inocentes; allí, en este recuerdo de la tarde, serían las 4PM cuando le agarré la mano para que me siguiera por el pub y así poder presentarle a mis amigos; sostuve su mano más de lo que mis reglas sociales estipulan, y cuando la fui a soltar, sus dedos evitaron mi huida, me anclaron y me quedé a vivir con ellos «diez, once, doce, trece…segundos» y me acarició la palma de la mano, en un detalle que, por accidente, le devolví, «veinte, treinta, cuarenta…» y en pleno pre-crimen, una de mis amigas dirigió su mirada hacia nosotros, y empezó a bajarla hacia nuestras manos, y le solté, demostrándome, a mí y al mundo, que seguía siendo inocente. Mi amiga no vió nada, estoy segura, o no quiso, aunque no es nada que pueda considerarse extraño, esos instantes, o detalles cariñosos, ocurren en el universo cientos de miles de veces por segundo, no en el mío, y aquello era un gesto entre dos ¿nuevos amigos? ¿amigos, entonces? ¿qué estoy queriendo decir? ¿y qué hago aquí, sobre esta cama, cediéndole mis deseos, con sus dedos ahora recorriendo toda la amplitud de mi cuerpo, como si no tuviera límites? O deseando tener sus dedos dentro de mí. Ya no sé si estoy huyendo o si estoy atrapada, y tampoco sé si estos pensamientos que estoy pervirtiendo, han sucedido ya o no—no, no lo harán—. Pero él me dice que tengo la piel suave, y yo sigo imaginando, y me permito responder sobre los cuidados que me requiere, dejándole seguir con total libertad, él debajo y yo arriba sin detener nada.

Y entonces hablamos de nuestras vidas.

O no, son sólo obscenidades mías, yo completamente desnuda, agarrándolo entre mis piernas, justo entre aquellos besos que estaban ocurriendo entre mis muslos, o lo están, deseando que su cabeza se hunda dentro de mí. Y regreso a la realidad y veo que sus dedos están todavía sobre mis pies, preguntando sobre aquel masaje, y yo ya estaba muy lejos, queriendo que su error terminase muy dentro del mío; deseando que ambos errores fluyeran entre nuestros sexos; él evitando irse y yo evitando que salga. Ya nada importaba, ¿verdad? sí el error fue no traer condones para ésta situación imposible que  ya me había follado en mi mente. Y él, todavía allí, sin empezar el masaje de mis pies, creo, y lo reconozco: ya estábamos coqueteando tras aquellos primeros besos, en el pub o en el «ahora, aquí», o podría confesarlo todo y decir que ya estábamos quitándonos la ropa antes de conocernos hoy, sábado. Por eso no sé dónde están mis bragas y por eso no sé cómo explicarlo. Además, soy inocente, o culpable, vale, culpable porque ya sí te estoy arrancando los pantalones, los boxers y la camisa. Y te grito «cómeme entera: la boca, las tetas, el clítoris, el coño o todo lo que quieras», porque ya hemos superado el horizonte de sucesos; y después se lo reconoceré: nunca he sido tan obscena y ya me estoy corriendo por segunda vez, porque la primera fue imaginándolo todo, y la segunda está alcanzando el climax sobre este colchón que estamos hundiendo, sin piedad, con ritmo, pasión y sudor; donde dormiremos y nos levantaremos para volver a empaparlo de placer. Durante. Todo. El. Fin. De. Semana. Y no, no haremos el amor, no: estaremos follando, durante hoy, sábado, domingo, y después, el lunes volveré a ser una mujer perfeccionista, educada, fiel y con principios, que olvidará éstas obscenidades. 

Y aquel hotel siempre será el lugar donde hicimos realidad una fantasía. 

Hoy ya es lunes y lo estoy escribiendo, creo, todo tal como sucedió, en este diario que esconderé, dejando constancia de que no follamos, sino que entrelazamos nuestros cuerpos como un amor que sabe que arderá siempre en el plano de la fantasía y que nunca más será carnal. Es una promesa que cumpliré. Y cuando termine esta entrada, cerraré el diario y echaré a lavar mis bragas, húmedas de ti y contigo, como si las fantasías fueran reciclables o pudieran sustituirse por nuevas.

Adiós.

Entradas populares de este blog

Texto para nadie

¿Qué sentido tiene continuar? Podría hacer una enorme bola de papel con todos los escritos y encestarlos en la basura, sin importarme que nadie vuelva a encontrarme; y borrar toda huella digital de aquello que una vez fue escrito, pensado, narrado o versado.  Borrar. Toda. Huella.  De principio a fin. Y que nadie sepa dónde me fui, si empecé de cero, me arrepentí o desaparecí para siempre. Que sólo quede la duda sobre mi alter ego y no yo. Y que este texto sea lo último que se supo. Sin despedidas. De nadie a nadie.

Sobre el paso del tiempo (pretérito cero: sabor música; parte IV, final)

No seré yo quien culmine esta obra abierta en su omisión. No seré yo pero seré yo en esta aporía ensayo de una meta-canción Que nunca seré ella, ni nunca yo, quienes escribimos esta oscura tiniebla de sangre y pasión: sino ambos, música, tributos de nuestra adoración. ℵ, diciembre, 2024 No todo lo personal trasciende durante la escritura, aunque siempre dejemos huellas escondidas entre letras. Tampoco todo lo virtual trasciende: lo que está en este texto, para el lector, será una suposición, un podría colocado al lado de la omisión, donde las piezas faltantes serán de carácter reservado, bien para mí, o bien para ella; en los que ella puede ser cualquier fragmento del texto o todo junto, y ella será la que sepa encontrarse, aquí, perdida, navegando su tormenta—o nuestra tormenta—. Los patrones pueden contar historias pero no todas las historias esconden una lección—o una canción—; y sí, todas las historias cuentan historias, porque son lo que son; las fech...

La mitología (Parte I)

Todo esto es un ejercicio mitológico sobre arrastrar cadáveres lo más lejos (¿in?)imaginable, y allá, dejarlos caer, en el transcurrir del final de los tiempos, término del trayecto, donde reside un abismo, en el que una leyenda sumergirá a la otra en océanos sin fondo, sin tiempo y sin latidos. Así que es, también, una epopeya entre dos leyendas. Y una batalla sin destino. [English version] Recita Música, que su alma es musa. Canta Musa, que (tu) alma será música. “Guerra traes y abismos serán (tu) eco: caídas de  Nuncas Sobrevives , laberintos de eternas melodías.” Poema .- Leyenda Música, ℵ Versos alevosos lanzados contra los muros de Troya. Lanzas de estrellas; ciclones de tormenta de fortalezas inundadas. Arcos de arena. Flores sin vida de almas sin cuerpo. Albas de flechas. Armaduras vacías. Fuegos sin danzas. Corazón es tu escudo, impenetrable; y frágil escudo de corazón; el tuyo. Es muerte la que dejas, y tu muerte la que pospones; leyenda de tus desiertos: corazón de torre...