Esto es sólo una de las múltiples interpretaciones de los celos.
Este texto consta de 5 poemas.
Poema—Yo:
Los celos son dibujar
mis labios en los de otra
y hacerlos desfilar por París,
por Viena y por todo
lo que nunca más será.
Los celos son la condena
de mi imaginación frustrada
que reclama que griten mi nombre
los labios de la otra
y digan que ella soy yo,
pero que la otra también es ella.
Los celos son mi sombra, extendiéndose,
apropiándose de atributos ajenos,
mientras se aleja de lo que fuimos,
yo persiguiéndolo, persiguiéndome,
porque ya no sé aceptarme—sin ti.
Los celos son lo implícito no explícito;
la brújula que estalla
y apunta hacia dos nortes contrarios,
huyendo en ambos rumbos.
Los celos, ellos,
emergen como amenaza
cuando en el espejo ya no hay una,
no hay dos, no hay tres,
hay varias yo;
y son mi reflejo que se deforma,
y diverge en múltiples yo:
yo con la imaginación incendiada
y mi duelo entre posesión y romance.
Lo erótico, romántico,
intelectual o creativo
es más que la complicidad
que creí atesorar.
Los celos atosigan el misterio
y son el tiempo que me ejecuta,
lentamente, a mí,
en un fin en sí mismo:
que ya no está —no como quise—;
y si aún está, que no lo sé,
presiento que se pierde
mientras se aleja.
Sí, son celos por ausencia.
El «te estoy ignorando
con todas mis fuerzas»:
es el corazón saliendo por mi boca
latiendo hacia afuera,
porque lo que siento está cambiando
y es tan real como una trampa.
Aquí, enjaulada, quiero creer
que la otra no es como yo
y que ella no es como él.
Hoy soy un «quisiera»
dentro de un deseo
que no sé realizar.
Así es como se rompe
un corazón en un instante:
cuando lo quiebra la verdad
cuando lo hieres,
cuando lo censuras,
o éste obligarme
a desear y a leer
mis propios intereses
en labios ajenos,
queriendo errarlos.
Sí, así es como se fractura
un corazón en mil instantes.
Ella, la otra concreta:
real, imperfecta.
Ella, la otra simbólica:
mi imaginación.
Ella, la otra en ti:
trágica complicidad.
¿Quién es ella?
¿Son mis celos la consecuencia
de un deseo frustrado?
Si él ya no está,
si hoy la coge de la cintura
y le confiesa palabras
que estaban destinadas a mí,
siendo ellos, hoy,
cómplices de todo lo que ya no soy.
Poema—Él a la otra Ella (alternativo: besarte):
El vértigo de tus labios
es la tentación del poema
que desea besarlos y
c
a
e
r
l
o
s;
lejos, la luna, recelosa,
envidiando la constelación
de tus lunares.
Yo, escribiéndolos,
y de puntillas versarte;
tú, queriendo que los confiese:
que estas letras son
tinta diluviando
del aroma de tu carne
chocando contra mi carne;
que, siendo yo
más alto que tú,
mi altura se postra ante tu mirada
y sitúo este poema de puntillas
para observarnos entre sombras,
porque lo merecen tus ojos, negros,
confiándoles los míos,
oscuros como los tuyos,
y desnudándose
en esta segunda vez,
poeta:
que ya no sé si eres tú,
de nuevo tus labios,
u otros distintos,
o los míos repitiendo
el maldito placer de besarte
con todo tu nombre.
Poema—Ella sin más:
¿Qué es la complicidad?
Si ella habla su idioma,
le pone música a su vida
y acompaña a sus versos,
¿qué soy yo frente a ella?
Si sus pechos son
más pequeños que los míos,
si yo soy más inteligente,
más guapa y más que ella
(en todo),
¿porque soy más pequeña?
Lo puedo confesar:
que no supe entenderte
para darle valor a lo que eras.
Si besas otros lienzos,
que el óleo no me borre;
que no me borre el óleo;
que no beses otros cuadros.
Niego ser marco,
niego ser ático,
y me niego a ser polvo
o marco de altillo olvidado.
Fui humedad y pincel,
fui grieta sobre lienzo,
y fui la vida
mientras se me fue.
No soy pintura pasada.
Ni página antigua.
Tampoco olvido de memorias
ni memorias de olvido.
No.
Soy arañazo de historia
tela blanca
y algodón coloreado.
Y sobre sí, una historia
blanca:
cultivo de trazos,
de sombra lejana
y pigmento grabado
al dorso de un adiós.
Poema—Ella Dentro De Mí:
Ella en la cama es él en el otro; él con la otra es ella con él.
La otra es irrelevante: su nariz rozando sus mejillas son mis celos.
Miento.
Degustas sus labios y toda su comisura y te la comes.
La paseas por el museo, ese siempre plan que te negué,
y mírala, a ella, observando los cuadros hasta desentrelazar su belleza,
ayer oculta para mí; si tan sólo hubiera sabido leerlos,
como tú describes su sonrisa, diría que te estás enamorando.
Lo sé porque una vez fui tuya.
Su figura de mujer, debajo de su vestido aunque desnuda a trasluz,
es la que te abraza por las noches,
la que presiente que la dureza de tu miembro tiene destino,
muy dentro, muy lento, para terminar diciéndole “te quiero”.
Siento los pechos de ella orbitando mi mente;
maldigo que mis pechos ya no sean el puerto donde dormías
—tú y tus sueños hundidos en ellos—
tras el amor y la ardiente colisión de ambos,
nuestros cuerpos.
Y no sé cómo devolver la gravedad,
de ellas a mis curvas, al mundo con nombre,
y cerrar el paso a sus transeúntes
que seguirán siendo extraños
mientras no aprenda a desconocerte
en completitud.
Y suplico que sus pezones
no sean los que se deslizan
y se estrellan dentro de tus museos.
Poema—Atrapada:
Estoy al borde,
al borde y sobre mi precipicio,
en la recursión de este nunca-deseo.
Y si pudiera matarlo,
diría que con no desearlo
sería suficiente.
Entonces, ¡basta!
¿Por qué esta ambivalencia emocional?
Si un deseo es irresoluble,
con dejar de morderlo,
escaparía de él, de ti y de ella,
¿verdad?
El único beso,
ese que aumenta nuestro deseo,
es el que se aleja
con prisas o sin ellas,
y abandona tus labios
hasta saberlos ausentes.
Soy todas,
todas, menos ella.
La composición del alma
siempre fue un lienzo
en blanco y con destino:
ser coloreada.
El interés fue minotauro,
que me incitó a cruzarte.
Tu corazón contra el mío
es batalla sin campos
ni tiempo.
Nunca habrá, sí,
nunca habrá dos paraísos iguales,
sin haber dos deseos semejantes;
si nada ni nadie
nacen del mismo fuego.