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La metáfora perdida

«Llueve»,  estaba pensando. «Y si llueve es porque estoy rodeado de gotas de lluvia. Pero al pensamiento le falta el contexto. También le falta el espacio en el que estás situado. Le falta saber si te mojas o no. En definitiva, le falta conocer que si llueve y no te estás mojando, es porque algo te cubre.  Es increíble como algo tan simple es, a la vez, tan complejo y matizable», ahondaba él en sus pensamientos mientras intentaba escapar de los mismos para exponerle a ella su divagación. Entonces ocurrió unos de esos momentos en los que el azar es caprichoso y oportunista. Él titubeo, apunto de soltar su reflexión, pero ella se le adelantó. Era la causalidad al revés, así la llamaba él.
—Llueve. Y mucho. Menos mal que traje el paragüas—dijo ella sonriéndole. Ah, ibas a decir algo, ¿verdad?
—Sí, estaba pensando en lo complicado que es comprender a las personas y lo necesarias que son las metáforas para darnos cuenta de lo imposible que es que dos personas empaticen al cien por cien.
—Ahá, ya estás en tu mundo. ¿De qué tipo de metáfora hablas?
—A los dos nos llueve pero gracias al paragüas que sostienes, no nos mojamos ninguno de los dos. Ahora bien, tu motivación al resguardarme puede ser debida a mil formas de ser. Tu idiosincrasia. Puede que simpatices conmigo y no quieras que me moje. O puede que lo hagas por educación. O no. Quien sabe, pueden ser motivos que ni siquiera nos planteamos.
—¿Y esa metáfora ...? Hablabas de personas.
—Sí, era una metáfora de las relaciones entre individuos. Cuando dos personas están juntas, están bajo el mismo paragüas. Fuera llueve. Dentro no. Ahí es donde ambas comparten ese código único direccional: tú código respecto a mí y mi código respecto a tí. Un código único que no es bidireccional; ya sabes, si llueve y no me mojo es gracias a tu paragüas... y quién sabe cuales son tus motivos reales.
—Puede que ni yo mismo lo sepa. Lo hago por intuición. Por tu bienestar y por el mío.
—Así es, pero, ¿estás segura que que no lo haces exclusivamente por tu bienestar? Cubrirme te hace sentir bien, puede que mi bienestar sea tan sólo un accidente del tuyo.
—¿Quieres decir que nuestra relación sea un gesto egoísta?
—Un gesto egoísta tuyo, mío o de los dos, ya sea parcial o completo.
—Nunca lo sabremos. El código que se forma entre dos personas, sólo ellas lo entienden.
—Y siempre hay dos códigos. Uno por persona.
—Tu código no es el mío.
—Y si deja de llover todo deja de tener sentido. ¿Sabes? Todo es temporal. Cada lenguaje, cada pensamiento, cada código, cada momento compartido, todo es temporal. Es puro contexto.
—Y lo que ayer era entenderse, hoy deja de tener sentido. Es un «ayer creía entenderte y hoy eres un desconocido».

Se callaron los dos. Pasaron unos segundos y un destelló iluminó el cielo. Relámpagos. Podrían complicar la metáfora tanto como quisieran, pero ella comprendió que él hablaba de una metáfora perdida, de algo que estaba ahí, entre los dos, como un éter, y que daba igual que tan compleja fuera la metáfora, que nunca bastaría para comprenderse el uno al otro.


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