En este mes se cumple un año del momento en el que decidió levantarse de una maldita vez. No lo consiguió, pero el intento tampoco fue en vano. ¿Cómo serlo si la vida son momentos y aquel, sin duda, fue uno de ellos?
Sí, fue (en) aquel camino.
Y sí, hablo de él.
Así que allá vamos.
Todo comenzó como le surgían las grandes ideas: dando un largo paseo por las afueras, a solas, por campos y caminos de albero improvisados por ciclistas de montaña. De aquel día, ¿que podría contarte de uno de sus sábados cualesquiera? Un aburrido e infinito trayecto de más dos horas. Puf, lo que puedo decirte es que fue allá perdido cuando desconectó por completo del paisaje que le rodeaba. ¡Cielos! Fue tan de repente, tan irreal como real, que de un insight comprendió su vida. Los árboles, los cultivos, la tierra... todo estaba ahí sin estar él, sí, ahí, una especie de ahí sin mí; tal como suena. Estaba siendo foráneo de su propia percepción, de su propia existencia. Estaba sintiendo la extrañeza en su máxima expresión y, sin embargo, también sintió lástima, sintió rabia, y sintió desprecio hacia sí mismo. Fue un combo agrio de sensaciones. Te estoy hablando de sentir el vacío absoluto y la rabia a la vez. Y es que aquí no acabó su momento de lucidez, porque llora quien puede, no quien debe o quiere. Y él, que nunca lloró, había sido desbordado hasta lo inhumano, hasta implosionar y mutar en muerto viviente. En un patético zombie.
Así que se forzó a sentir, aunque eso implicase inventar una nueva forma de emocionarse para soltar lastre y reconectar, de nuevo, al mundo de los demás. Tenía que darle uso a aquella enseñanza. La idea a la que iba dando forma en su cabeza podría funcionarle. Quizá así podría ver a aquella chica con la que compartía trayecto como una coetánea. Que, por cierto, de la chica ni recordaba ni recordó jamás su cara. Ni la miró. Ahora se arrepentía. Ella, si supiera que formaba parte de un momento tan extraño como inolvidable, habría salido vestida de gala, aunque fuese para un recuerdo tan siniestro y fugaz como aquel. Y él, si supiera que iba a recordar este momento, la habría mirado. Quizá hasta habrían compartido un escueto 'hola' como hermanamiento por compartir tara. Pero ninguno dijo nada. Para qué, aquello no iba de historias de amor. Y este párrafo es un enorme quizá, un intento de algo. Una omisión.
En el resto del camino no se cruzó con nadie más. Eran lugares solitarios para gente solitaria y había que estar muy loco o ser ermitaño para insmicuirse en trayectos de más de una hora, a pie, alejado de la civilización. Hoy día, desde la comodidad del sofá, con las redes sociales y todos los amigos tan ciberconectados, ¿quién iba a imaginarse a alguien caminando en un desierto de baches? Y de cuestas. Y de nada. Era impensable. Atreverse te tatuaba como un extraño. Además, ni él ni la chica llevaban el móvil. Era como si sólo buscasen pasear, pensar e imaginar todo lo que el árido paisaje les permitiese. Ellos; a solas, alejados del mundo, juntos pero separados. En el mismo trayecto. Sin nadie que les molestase. Sin conocerse. En mitad del campo.
Para él el camino fue largo. Para ella quién sabe. Él quiso teletransportarse varias veces a casa para refugiarse de sí mismo pero estaba tan, tan, tan lejos de su zona de confort que el camino le obligó a mantenerse online en su tarea: pensar y, tal vez, recapacitar. Y seguir andando. Tenía que aprovechar el momento para grabárselo a fuego antes de volver a caer.
A partir de entonces, tatuado para siempre por aquel paseo, la melodía de su vida cambió a Slipknot de Snuff. Lo que esto signifique lo dejo para futuros capítulos de nuestro escritor, porque mejor eso que dejarlo zombie, ¿no?
Sí, fue (en) aquel camino.
Y sí, hablo de él.
Así que allá vamos.
Todo comenzó como le surgían las grandes ideas: dando un largo paseo por las afueras, a solas, por campos y caminos de albero improvisados por ciclistas de montaña. De aquel día, ¿que podría contarte de uno de sus sábados cualesquiera? Un aburrido e infinito trayecto de más dos horas. Puf, lo que puedo decirte es que fue allá perdido cuando desconectó por completo del paisaje que le rodeaba. ¡Cielos! Fue tan de repente, tan irreal como real, que de un insight comprendió su vida. Los árboles, los cultivos, la tierra... todo estaba ahí sin estar él, sí, ahí, una especie de ahí sin mí; tal como suena. Estaba siendo foráneo de su propia percepción, de su propia existencia. Estaba sintiendo la extrañeza en su máxima expresión y, sin embargo, también sintió lástima, sintió rabia, y sintió desprecio hacia sí mismo. Fue un combo agrio de sensaciones. Te estoy hablando de sentir el vacío absoluto y la rabia a la vez. Y es que aquí no acabó su momento de lucidez, porque llora quien puede, no quien debe o quiere. Y él, que nunca lloró, había sido desbordado hasta lo inhumano, hasta implosionar y mutar en muerto viviente. En un patético zombie.
Así que se forzó a sentir, aunque eso implicase inventar una nueva forma de emocionarse para soltar lastre y reconectar, de nuevo, al mundo de los demás. Tenía que darle uso a aquella enseñanza. La idea a la que iba dando forma en su cabeza podría funcionarle. Quizá así podría ver a aquella chica con la que compartía trayecto como una coetánea. Que, por cierto, de la chica ni recordaba ni recordó jamás su cara. Ni la miró. Ahora se arrepentía. Ella, si supiera que formaba parte de un momento tan extraño como inolvidable, habría salido vestida de gala, aunque fuese para un recuerdo tan siniestro y fugaz como aquel. Y él, si supiera que iba a recordar este momento, la habría mirado. Quizá hasta habrían compartido un escueto 'hola' como hermanamiento por compartir tara. Pero ninguno dijo nada. Para qué, aquello no iba de historias de amor. Y este párrafo es un enorme quizá, un intento de algo. Una omisión.
En el resto del camino no se cruzó con nadie más. Eran lugares solitarios para gente solitaria y había que estar muy loco o ser ermitaño para insmicuirse en trayectos de más de una hora, a pie, alejado de la civilización. Hoy día, desde la comodidad del sofá, con las redes sociales y todos los amigos tan ciberconectados, ¿quién iba a imaginarse a alguien caminando en un desierto de baches? Y de cuestas. Y de nada. Era impensable. Atreverse te tatuaba como un extraño. Además, ni él ni la chica llevaban el móvil. Era como si sólo buscasen pasear, pensar e imaginar todo lo que el árido paisaje les permitiese. Ellos; a solas, alejados del mundo, juntos pero separados. En el mismo trayecto. Sin nadie que les molestase. Sin conocerse. En mitad del campo.
Para él el camino fue largo. Para ella quién sabe. Él quiso teletransportarse varias veces a casa para refugiarse de sí mismo pero estaba tan, tan, tan lejos de su zona de confort que el camino le obligó a mantenerse online en su tarea: pensar y, tal vez, recapacitar. Y seguir andando. Tenía que aprovechar el momento para grabárselo a fuego antes de volver a caer.
A partir de entonces, tatuado para siempre por aquel paseo, la melodía de su vida cambió a Slipknot de Snuff. Lo que esto signifique lo dejo para futuros capítulos de nuestro escritor, porque mejor eso que dejarlo zombie, ¿no?