Nota Importante.- Empiezo a entender por qué escribir erotismo es parecer un sociópata que debería estar en la cárcel. Hoy siento ¿respeto? por quienes hacen de este género un modo de vida; yo dudo si continuaré explorándolo porque no es hacia donde me gustaría dirigir mi escritura. Y quiero dejarlo constar en acta antes de que se proceda a la extraña lectura de ésta historia.
Ella quiere que describa como una inocente caricia nace desde el epicentro, su sexo, no el mío, para relatar como está escapando de su control, y hacer de ello una excusa perfecta que se enredará y trepará por sus nalgas, con tanta excitación, cielos, con tanta, que irá extendiéndose sobre cada poro de su espalda; porque ella busca ser el beso de cada lunar y todo el camino entre ellos.
[…]
“¡Buf! Quieres que nuestro deseo precipite de lluvia y que éste se vaya desnudando. Que le ponga palabras a tus gemidos, esos que susurras al intentar silenciarlos cuando ya estás contemplando las estrellas. Que diga que tus ojos se ensombrecieron porque, sumida y perdida en la historia, olvidaste respirar. Que dicte cómo tus caderas danzan, de lado a lado, pero ansiando impulsarse hacia delante y ceder hacia atrás, con ritmo —léeme bien— muy lento: siendo un compás que, rozándose, avanza y retrocede sobre su humectante espiral. ¡Ay! Me pides que narre cómo tus pezones están tan duros y erguidos que atraviesan la silueta de tu camisón, revelando que no llevas nada que los oculte. —Ella quiere ser una brutal perversión, literaria o no—. No te basta con que muestre cómo te deshaces entre letras; no, tampoco quieres que te masturbe, o que te implore que hagas tú el incendio sin mi, sino que haga constar tus anhelos y los vaya desmenuzando en público, hasta hacerlos fetiche que todos leerán; que diga que mi mano se abre paso bajo tus pantalones, estallando el cierre de tu cinturón, reventando sus botones tal como vuelan y estallan tus pechos sobre mí, y que después te diga—y lo escriba—que estás tan empapada en tu propio éxtasis, que podríamos deslizarnos en nuestro interior como dos que están en los segundos finales del orgasmo, atrapados en las prisas de vivirse al unísono. Me suplicas que lo dibuje: que estás, que eres, que goteas, y que tu fluido metafórico se derrama entre tus muslos, cayendo hacia afuera, allá, sobre unas piernas que, sin ser tocadas, ya se estremecen. Y quieres que cuente que la tengo más erguida que tus pezones, que tus pechos son blanco nuclear, que no son morenos como tu pelo, que podrían tener pecas, porque reduciría la muestra sólo a ti, y podría decir que son tan tiernos cómo tú, y que siempre me pierdo en ellos. Quieres que escriba que contigo tengo una erección durante interminables horas y, también, que si estoy a punto de irme, o de irte, lo hagamos dentro para que sintamos esa textura final de dos cuerpos lubricados, fundidos en nuestro interior, por fuera de vellos punzantes, y que dentro me captures y tus palpitaciones me traspasen, y en ese paraíso me nieges todo regreso, donde nos convirtamos en promesas y lo haga testimonio: que te pertenezco, que si te quedas embarazada—de letras, claro—lo harías conociendo el verdadero significado de tu deseo. Y me cuesta, tú, me cuesta, escribirlo en este lenguaje cuando lo que siento pertenece a otro reinado. Pero no, no quieres que hable de tus hermosos labios, si se parecen o no a los de Kate Winslet, si son los tuyos y no los de otra, o que esboze tus pestañas; no, lo que quieres es que hable de cómo tus labios interiores agarran mi miembro, y como éstos se arrugan, lo bailan y lo recorren, porque quieres sentirte más allá del deseo y que todos lo lean. Para ti no es suficiente una historia, ni dos, ni tres, porque lo quieres todo. O no, si no sé si buscas que te aten en la cama, te esposen y alguien deletree sobre tu cuerpo cada pecado que puedas imaginar. Mira, quizá lo que quieres es dominarme, atarme tú a mí, y que mis manos sean exclusivas para ti, sin importarte si salgo ardiendo. No sé si quieres fuerte o suave, explícito o dulce, si quieres hacerlo perverso o que no subaste intimidades, no vaya a ser que nos enamoremos. Puedo seguirte, terminarte, dibujarte y volver a empezarte. Me ruegas que describa cuán hermoso es el contorno de tus tetas, lascivas, suaves, enormes y erizadas, y como despegan de tu vestido, cuando el placer suplica que muerda sus aureolas con tinta negra para hacerlas tatuaje. Quieres darme potestad para contar tus anhelos y suspiros más recónditos, sucios y secretos, sin pudor, mientras yo podría enamorarme. Quieres que lo confiese: que estas letras son del aroma de tu carne chocando contra mi carne, que retrate un entorno de celos y dudas, el mío, que serán calor y respuestas subiendo por tus caderas, por tus vértebras, por tu cuello, y que mencione que tienes tus mofletes enrojecidos, y escriba lo guapa que estás cuando tu blanca cara se ilumina entre sofocos de placer que la van destensando. Y quieres que diga tu nombre, tus apellidos y tu nacionalidad y hacer de la fantasía un templo que podría estar derritiéndote por dentro. Y conquistar mi país, ahora también tuyo. Exiges que nombre los dedos de mis pies y que los presione contra tus pechos, y que no me olvide de decir cómo tus pezones salieron disparados, que les ponga tonalidad y forma y grite como la luna envidió tus lunares; porque al hacerlo, dirás que yo estuve visitándolos y ya no podré huir de ti. Y que siempre seremos tu sobre mí y yo sobre ti. Y ellas—ellas, las otras—sabrán que ya no podré ofrecerles lo que no les pertenece. Sin embargo, la realidad es que escribiré una perversión sin desvelar el color de tus ojos ni desnudar mis emociones, ambas sacrificadas como tributo desbocado de nadie. Y eso también lo escribo: me quieres, como perversión. Y te la estoy otorgando; pero ya no serán dos manos entrelazándose, sino un juego intangible que no podrás poseer o ganar; ya que será un romanticismo carnal sin retorno a su origen, destruyendo el romance con violenta pasión.
Y allí encontrarte, tú, enjaulada dentro de tu propio deseo.”
¿Voy bien? Con el relato, claro. Porque ahora es cuando procedo a escribir su perversión. No hay géneros literarios tan atrevidos e ideales para precipitarse hacia el desastre. Por eso este texto no tiene nombre, ni color, ni tez, ni ojos.
¿Lo continuo? Omitiendo los sujetos del relato y confesando que es sólo un ejercicio. ¿No ves que he entrecomillado la parrafada anterior? El erotismo se vicia donde la perversión puede continuar; si es que me atrevo a continuarla.
Y lo hago, debajo, continuando aquella historia...
Ella iba con el carrito de la compra, lanzando el pollo sobre sus rejillas y pensando en naranjas, en su sabor agridulce, y que serán su redención esta noche cuando los cocine, «caldo de pollo para la semana y zumo para los siguientes».
Ahora estaba en la sección de higiene, cuando una voz la atravesó cuál pollo imaginado crepitando en el horno.
—Ey, ¿siempre compras la misma marca de condones?—dijo él.
Ella, sorprendida, devolvió la caja a su sitio.
«Era él».
—No, no son para mí, perdona. Yo no uso condones—contestó ella, despreocupada.
—¿Entonces por qué los acaricias como si fueran bombones?—replicó él con una sonrisa que delataba su alegría de haberse cruzado con ella pocos días después de aquel fin de semana.
—¿Tan finos que puedes sentirlo? Sus eslóganes son tan sugerentes que te entran ganas de comprarlos.
—Es muy temprano para estar en este pasillo...
—Y estos con sabor a tropical, serían ideales para acompañar el postre—dijo ella, sosteniendo la caja a la altura de su mirada
—¿El postre? —le dijo él.
—Sí, en un postre de sirope y fresas y adornar el menú con preservativos masticables, para quitarte el dulce de la boca, como esas bolsitas de limón que acompañan a los platos de pescado. Oye, fuiste tú el que habló de chocolate, no yo...
—Yo sólo estoy continuando la conversación que, por sí sola, está evolucionando a auténtico desastre.
—«Experimenta su piel como si fuera tuya»—le leía ella.
—Parecen muy caros para lo que son, tú.
—Algunas cosas merecen su precio, ¿no crees?
Mientras hablaban, un empleado de seguridad, corpulento, uniformado y con su porra colgando, se acercó con un carrito relleno de tres productos: caramelo líquido, aceite de almendra y mentolados. Ahora se agenciaba unos condones, casi sin mirar, y se alejó desvergonzado, pero realizado, como quien ha completado la lista semanal del supermercado.
—Wow, ¿ves?—le susurró, rompiendo el silencio cargado de tensión—. Hay gente que no se preocupa por nada más que sentir y sentir. Ha escogido los de «sensaciones completas y rugosas», debe conocer bien el producto, ¿verdad?, es lo mínimo exigible para un empleado—dijo ella.
—Seguro. Pero parece con urgencia...—añadió él.
El guardia ahora se dirigía a un despacho lleno de pantallas de vigilancia, imponente e impaciente, pero desbordando orgullo, hasta adentrarse en el cuarto. Allí le esperaba una mujer de pechos abundantes, de figura latina y que se mordía el labio: una clienta, castaña, reposaba en una silla giratoria, con la blusa desabrochada y la falda recogida por encima del liguero, dejando entreveer lo que estaba por suceder.
—Alguien no está siguiendo las normas, ¿todavía crees que es temprano para estar en este pasillo? —le preguntó ella.
—Sí—le contestó.
Y la puerta se cerró. Detrás de aquel telón comenzaría una aventura furtiva, seguida por la estridencia de objetos cayendo sin orden sobre el suelo. La presión del deseo que estaban desasatanto provocó que se entreabriera la puerta. Y ahora la escena era visible.
—Mira, mira,—le señaló ella—¿ves lo mismo que yo?.
—¿La señal de prohibido el paso?
—No... la lujuria; míralos: se están besando con tanta violencia que en breve él la embestirá contra las pantallas. Es tan porno todo...—le describía ella, perpleja pero sin perderse un detalle.
—Ahora está sacando el sirope para acaramelar su cuerpo—siguió él.
— Uy, ¿ves? la vida es como un espejo donde lo que vemos no siempre coincide con la realidad.
—¡¿Qué?!—exclamó él, perdiéndose, como costumbre, entre el humor absurdo de ella y esas frases que podría decir en serio, a veces indistinguibles.
—Nada—respondió ella, haciéndose la tonta—. No deberíamos estar comentando una escena de sexo ajena...
—Eres tú la que empezó; además, quizá sería más correcto decir que no tendríamos que estar observándola.
—¡Pero es tan divertido! La cabeza de ella ha desaparecido, como caída hacia atrás, sobre su espalda. Hay caramelo esparcido por todas partes. Y él... está haciendo de sus pezones un doble manjar.
Y ella comenzó a imaginar...
«Las imágenes se superponen en mi mente. Nuestros labios no se mueven, solo lanzan comentarios enigmáticos que reflejan lo que estamos pensando: que podríamos ser nosotros. Y pienso “¿Por qué no usaste condón conmigo? ¿no valgo lo que cuestan? Podría hacerte una rebaja”. Me río e imagino tu respuesta: “porque no me dejaste reaccionar, me secuestraste”. Y yo te contesto: “¿no te gustaría probarlo? ¿Conmigo? ¿Aquí, ahora?” Y que me estrelles contra el expositor de condones y que griten sus eslóganes contra nosotros. No puedo evitar excitarme con la idea. Y entonces me dices “tu diario miente”. Y te respondo, obviando que no entiendo como sabes de su existencia ni como lo has leído».
—Se me está agitando el corazón y no sé cómo interpretarlo—dijo ella, después de regresar de su mente.
—¿Qué?—dijo él, otra vez sin entender qué habría querido decir.
—Nada, que he recordado el ajetreado día que me espera. Oye, tengo que irme, en dos semanas voy a quedar con mis amigos, por si te apetece venir…—contestó ella, justo cuando se oía otro gemido, aún más agudo—Joder, la está empotrando con tanta fuerza que tiembla todo el supermercado.
—Sí, iré.
—Bueno, ahora sí, te dejo con la película porno. Nos vemos en dos sábados. Te quedas con la escena de él penetrándola por detrás jajaja—se despidió ella, lanzándole un beso mientras abandonaba la sección de preservativos.
Ya, sola en casa y comenzando la noche, tomo una ducha y salgo envuelta en una toalla.
En el cuarto, me miro al espejo y me siento más deseada que nunca; mis cicatrices, mis defectos y yo, me encantan. Pienso en aquella pose accidental del hotel donde me viste entera, y adopto la misma postura. Agarro la toalla, miro hacia atrás y luego la dejo caer. Desde aquí, mi sexo parece una flor entreabierta, buscando la luz del atardecer: y es tu mirada. Mis piernas se deslizan entre los recovecos de las sábanas y se abren aún más. La toalla se rinde y cae y mis finos dedos se adentran en mi interior, mojando mis labios, trazando el camino, y dibujando círculos de cada posible sábado soñado. Esta fantasía está convirtiendo mi perfeccionismo es una obsesión de la que no me importa que seas una víctima porque yo también estoy atrapada. Quiero sentir el calor de tu boca recorriendo el carámelo de mi piel. Y no puedo evitar excitarme; desde entonces me masturbo cada maldito día, haciéndote costumbre.
Y vuelvo a escribir mis pecados en el diario, sabiendo que podría ser descubierta. Y no me importa destrozar tu corazón hasta pervertirlo, porque el mío también lo está, aquí y allí, palpitando en todos los sentidos posibles e imaginados.